Desde mi primera ruptura amorosa, hasta la muerte de una mis abuelas (una de las personas más importantes en mi vida), la vida te va enseñando que el camino no es fácil. Pero no imposible. y cómo gestionemos esas dificultades influye en gran medida en cómo superemos los problemas.
Cuando me dejó mi primer novio, creí que el mundo se acababa, al menos el mío. Corté cualquier intento de contacto por su parte, con sus amigos (a los que ya consideraba míos). Pero no me encerré en casa. Tiré de mis amigas, de gente conocida, del trabajo que estaba haciendo ese verano, para mantenerme todo lo ocupada que podía. Quería que cerrase la herida y rápido. Que el dolor se fuera y que al mirar sus fotos no sintiera que el estómago se me contraía.Y lo conseguí. Recuerdo aquel verano como uno de los más divertidos. Salí mucho, conocía mucha gente e hice cosas fuera de mi zona de confort.
Fue la primera vez que me tuve que enfrentar a unos sentimientos a los que quería controlar. Sabía que olvidarme de aquel chico me iba a costar tiempo, y que tenía que estar ocupada para no acordarme de él. Que el tiempo sería mi medicina. Y así fue
Cuando el verano pasado murió mi abuela, a pesar de que llevaba cerca de diez años casi como un vegetal.. Sentí su muerte muchísimo. A mi mente acudían todos los recuerdos de ella. Cuando me venía a buscar al colegio, las meriendas que me traía, las historias de la guerra que me contaba, las palabras que me enseñaba, los espaguetis con tomate que me preparaba, los besos que me daba, su risa, su amor por cantar. Todo. y sentí su muerte como si ayer mismo hubiera estado hablando con ella. Como si los diez años que la demencia le robó no hubieran existido. Ahora cada vez que me acuerdo de ella, lágrimas acuden a mis ojos. La echo de menos, y lo haré toda mi vida, supongo.
Pero la manera en la que me enfrenté a su pérdida ha sido muy diferente. No he querido huir, ni esconderme de lo que sentía. He abrazado el dolor, porque de alguna manera era reconfortante. De alguna manera me acercaba a mi abuela perdida, a la abuela que quería y que me quería más que a nada. Y lo hacía con felicidad, porque la pena que siento al acordarme de mi abuela, me hace pensar que he sido muy afortunada. Porque era una abuela estupenda, una de las de verdad, como tienen que ser las abuelas.
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